La mirada sesgada a la
Evaluación del Desempeño Docente
Si no lo vemos no
existe
En México nos gusta procrastinar (postergar), estamos tan
acostumbrados a ello que ni cuenta nos damos. Lo mismo sucede con nuestra
atención; creemos que la mayoría de los problemas se resolverán si volteamos
para otro lado, si dejamos de observarlos y los invisibilizamos con nuestra
apatía.
En este momento pareciera que los problemas de la
evaluación docente se han solucionado, pero como advierten muchas voces, esta
es solamente la calma chicha que antecede a la tormenta. ¿Qué sucederá en 2017
cuando se vuelva a aplicar este proceso de manera obligatoria? Los que se
inscribieron voluntariamente a la evaluación del desempeño docente este año son
vistos como “bichos raros” pero en realidad están buscando ponerse a cubierto
durante la tormenta. Su intención es demostrar su idoneidad y permanecer 4 años
en esa calma chicha, sin tener la certeza de lo que sucederá después de ese
período, pero ¿Para qué nos angustiamos por algo que todavía no sucede? Esta visión
que permea en la cultura mexicana no es más que un reflejo de lo que pasa desde
el otro lado del charco, una herencia europea, pero de la Europa pequeña (o
empequeñecida) que sólo alcanza a ver lo inmediato. Esa Europa que alguna vez
fue pero que ya no es la gran vanguardia, la que determinaba lo que sería el
futuro del resto del planeta. Como anciana venerable se le sigue respetando,
pero en realidad, como sucede con la mayoría de los ancianos, no se le toma en
cuenta. Se piensa que toda la experiencia ha sido retorcida por una mirada
caduca y obsoleta, que huele a naftalina y que añora viejos tiempos que nunca
regresarán, se cree decadente y decrépita, pero lo cierto es que hasta el
momento por lo menos aquí, en España, se ha detenido el avance de la evaluación
para el profesorado.
Lo que pocos alcanzan a observar es que estos procesos,
promovidos por los gobiernos neoliberales, en los que se pretende acotar el
poder de las clases reprimidas (y deprimidas) no necesariamente es una lucha
exclusivamente por la riqueza, la batalla se va perdiendo del lado de la razón.
Todos sabemos, por ejemplo, que la evaluación del desempeño docente es una
forma de controlar a un sindicato que rebasó los límites de lo imaginado para
una agrupación sindical, un sector que avanzaba implacablemente y que llegó a
decidir, incluso, una elección presidencial. Los que siempre han estado en el
poder no quieren ser removidos de él, y harán todo lo que esté a su alcance
para detener ese avance. La carne de cañón, los que terminarán pagando los
platos rotos, no son sólo los maestros, a quienes unos ven como víctimas y
otros como victimarios, sino los estudiantes y no por quedarse sin clases, ojo,
porque en un sistema lleno de vacíos y carente de una verdadera calidad no
tener clases equivale contar con los espacios de crecimiento sustancial de
nuestros niños y jóvenes, pero el problema real vendrá cuando miles de pseudo-maestros,
casados con ideologías neoliberales y con “expertos” delirantes, hagan su
aparición y tomen posesión de los puestos que dejarán los verdaderos maestros,
hartos de ser denigrados y tratados casi como delincuentes.
La gran masa ha sido convencida de que los maestros tenían
demasiados “privilegios” (y es que en época de escasez cualquier cosa que se
acerque a la dignidad es considerado privilegio), de que eran unos flojos y
unos parásitos del sistema burocrático; bestias voraces que no han tenido
llenadero y que significan un lastre para el sistema y todo ello ha sido
gracias a los terrenos perdidos en otros sectores. La mayoría de los
trabajadores asalariados ven con normalidad cómo sus prestaciones han sido
acotadas y consideran, incluso, que quienes tienen acceso a días de descanso,
vacaciones y alguna pequeña compensación por aguinaldo son los grandes
afortunados. Cualquier cosa que rebase esas mínimas prestaciones es considerada
un sacrilegio y si, además, esas prestaciones provienen de las arcas públicas,
entonces será visto como un desangramiento de a los dineros comunes; rasero que
es aplicado sólo a los pequeños funcionarios (como los maestros) porque jueces,
magistrados, diputados y políticos de alto nivel no pasan por la misma medida y
pueden acceder a la gran bolsa bajo el argumento de “robó, pero sólo poquito”.
La pregunta seguirá ahí al parecer hasta 2017 ¿Qué sucederá
cuando la evaluación vuelva a ser obligatoria? ¿Acaso resurgirá el otrora digno
y hasta heroico sindicato? ¿Los maestros aceptarán su destino sin resistir? ¿La
“Reforma Educativa” terminará en el panteón político igual que sus artífices
que son meros muertos en vida ya? La respuesta tal vez llegue con el tiempo,
mientras tanto sigamos siendo fieles a nuestras costumbres y volteemos para
otro lado, al fin que si no las vemos las cosas no existen ¿o no?