Desde el otro lado del charco I



Mucha gente, entre amigos, conocidos y familiares, me han preguntado que cómo me va en esta aventura poco convencional. Generalmente uno piensa en cambiarse de país, o pasar una temporada larga en otro, cuando aún es muy joven y quiere vivir aventuras, no tiene nada que le ate y desde luego quiere experimentar en carne propia lo que otros, sobre todo mayores que él o ella, le han contado; o bien cuando ya se ha jubilado, en busca de un lugar tranquilo en el cual pasar los “últimos años de su vida”. Pero trasladarse con todo y la familia miles de kilómetros es poco usual, sin contar desde luego los casos en los que una situación violenta desplaza a poblaciones enteras. Debo decir en este punto que la aventura que hemos denominado “Barcelona” no tiene que ver con ninguno de los casos anteriormente mencionados. Fue una decisión en la que han jugado otros factores, básicamente una percepción que en este punto parece errada de una realidad que por momentos parecía estrangular a nuestro país, y también, hay que mencionarlo, la motivación de conocer otras realidades.

Empezaré por el principio, como esperan la mayoría de mis allegados, fanáticos del orden y el control: la decisión se tomó después de dos años de meditarlo ampliamente y ver opciones. He de decir que se buscaron estrategias, se investigaron opciones de desarrollo en varios países, se aplicó a varios programas de investigación y se emprendieron trayectos de formación en lengua inglesa; al final el catalán también se sumó a esta lista de preparativos. El factor determinante fue la posibilidad de una beca y la realización del evento más importante que dirijo en Barcelona; así las cosas, el viaje estuvo plagado de inconvenientes desde el principio. A veces el Universo nos habla, pero nosotros no queremos escucharlo, aunque puedo decir a mi favor, que estuve a punto de cancelar este viaje en el último minuto. Eso de pensar en pasar una temporada larga en un lugar donde no has puesto un pie en tu vida es realmente algo que podría tildarse de locura… y ciertamente lo es en muchos sentidos.


Cuando investigué acerca de los visados y los requisitos que solicita España, un país que nos deja entrar como “Chana por su casa” a todos los mexicanos, siempre y cuando seamos turistas y sólo nos quedemos por 90 días, me fui de espaldas. Te piden desde certificado de no antecedentes penales apostillado (un trámite gubernamental que varía de complejidad y duración dependiendo del estado en el que se resida) hasta un seguro de vida que incluye repatriación en caso de fallecimiento y que sale en un ojo de la cara (casi literalmente). El dichoso trámite debe ser cuidadosamente planeado y orquestado con meses de anticipación, no se puede solicitar con demasiada antelación y el consulado tarda 20 días hábiles en realizarlo, cobra una cantidad que para ellos (las autoridades españolas) resulta simbólica pero que para muchos mexicanos podría ser considerada importante y, además de todo, tienen a bien cambiar los requisitos y procedimientos con una frecuencia inusual. Así pues, si tu revisas en el portal de la embajada española en junio, para tomar precauciones y empiezas a tramitar los documentos necesarios (que se llevan un promedio de 60 días) para agosto, cuando ya los tienes, debes volver a revisar el portal a ver si no ya los cambiaron. Si a esto le sumamos que el consulado es honorario y tiene una única empleada que parece que necesita conseguir novio, la experiencia puede ser realmente traumática. Bueno, para no hacer el cuento largo, en mi primera experiencia en dicha oficina salí echando pestes y con la total determinación de agendar una cita en el consulado en la Ciudad de México ¡cuál sería mi sorpresa al descubrir que debes agendar la dichosa cita con 2 meses de anticipación como mínimo! Obviamente para ese momento ya no contaba con el tiempo suficiente, debía presentarme en la Universidad de Barcelona el día 26 de septiembre y ya estábamos a principios de agosto. No me quedó otra opción que cambiar mi estrategia, comprar unos dulces en una hermosa lata y regresar como perrito con la cola entre las patas a tratar nuevamente con la empleada mal pagada.


El apostillado de todos los documentos fue todo un vía crucis, la compra del seguro por un año una verdadera obra de logística administrativa y el Universo seguía mandándome señales, pero ya en ese momento tenía unos boletos de avión para tres personas directo a Madrid que habían costado una cantidad considerable en euros y sin posibilidad de reembolso, que no me dejaban recular. Así que ni modo “a rajarse a su pueblo”. Debo decir que esta experiencia no la cambiaría por nada, que he aprendido montones de cosas en un muy corto tiempo, pero no dejo de pensar que el momento de arrepentirse fue ese… y quizá debí haberlo tomado, si hubiera sido un poco más sabia... Continuará

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