Lo que la escuela no nos enseña



Mandamos o llevamos a nuestros hijos a la escuela con la esperanza, que actualmente parecería más un tiro al aire o un deseo pedido a algún ser mitológico que sabemos de antemano que no existe y que difícilmente nos cumplirá nuestro pedido, de que, después de 12, 15 o más de dos décadas les otorgue, casi por arte de magia, las herramientas necesarias para tener éxito en la vida, sea lo que sea para nosotros lo que signifique este palabra.

Lograr el éxito cada vez se observa como una meta lejana, difusa o de plano optamos por adaptar el estándar a lo que consideramos nuestros límites. Para algunos el éxito de sus hijos podría significar que se valgan por sí mismos, que puedan tener un reconocimiento en sus carreras, que consigan construir una relación sana y estable que eventualmente los lleve a fundar un hogar, que no tengan problemas económicos; otros, en una realidad nacional e internacional cada vez más confusa significa que esos mismos jóvenes puedan aspirar a mantener un empleo que por lo menos les permita pagar sus gastos, aunque ello no incluya, muchas veces, poder independizarse del todo.

En esta lógica que nos deja pocas salidas y que, dadas las condiciones del sistema que somete cada vez más a los jóvenes a trabajos casi en condiciones de esclavitud, pensar que la escuela pueda proveerles más que un papel que les permita ser considerados para un empleo, es para muchos algo que queda totalmente fuera de cualquier expectativa; sin embargo la escuela, pública o privada, es una organización que debería estar en la disposición de proveer los elementos necesarios para que nuestros niños y jóvenes puedan aspirar a crecer, a aportar a la construcción de un mejor país con una realidad más digna para todos los que lo constituimos y esto necesariamente deberá pasar por una revisión exhaustiva de nuestras propias creencias.

Dejemos algo en claro para empezar: ninguna escuela en nuestro país y en la región es gratuita, ninguna. Todas las escuelas son subvencionadas por los impuestos que pagamos cada vez que compramos una servilleta, un pedazo de jamón o nuestro recibo de la luz, el gas o nos movemos en cualquier tipo de transporte. Nos cobran impuestos por trabajar, por comer, por vestirnos, casi por respirar, independientemente del nivel socioeconómico en el que nos ubiquemos necesariamente pagamos impuestos, entonces, ese dinero que se reúne en gracias  a nuestras aportaciones es un dinero que se encuentra bajo la salvaguarda y la administración de un grupo de personas que llamamos de manera anónima “gobierno”, ellos tienen la obligación de hacer buen uso de esos recursos y por ello se les paga un sueldo y se les dan cierto tipo de prestaciones. Pero no son nuestros jefes ni nuestros dueños. Nosotros pagamos cada centavo que se invierte (en la realidad o en el papel) en las escuelas públicas, por tanto y ya que es algo que nos pertenece como nos pertenece nuestra ropa o nuestra casa o los muebles que hay en ella, de igual forma tenemos el derecho de exigir que se cumplan nuestras expectativas y necesidades.

Definitivamente como padres de familia no poseemos las habilidades ni competencias necesarias para entender el “cómo” enseñar a nuestros hijos, pero si debemos tener muy claro que lo que actualmente sucede en las escuelas dista mucho de lo que nuestros hijos necesitarán para lograr ese éxito (sea lo que sea que signifique para nosotros esa palabra) en el futuro. Esa distancia que existe entre lo que debería y lo que es no es culpa de los maestros, esto hay que dejarlo claro, como tampoco es culpa de la señorita que nos atiende en un servicio telefónico que nuestra línea falle, aunque tendemos a desquitarnos con ella porque es la cara visible de esa empresa que contratamos para brindarnos un servicio. Así como nos preocupamos y hay quien llega a rasgarse las vestiduras cuando se queda sin internet, así debería preocuparnos lo que está sucediendo en el aula a la que asisten nuestros hijos. Preocuparnos en un sentido productivo, no para estar reclamando y obstaculizando la labor docente, sino para reflexionar en conjunto qué es lo que queremos para ellos y aliarnos con los verdaderos expertos, los maestros, para saber qué es lo que se necesita en ese monstruo amorfo que llamamos escuela.

¿Qué no nos enseña actualmente la escuela? No nos enseña a convivir, no nos enseña a disfrutar el momento, a relacionarnos con la naturaleza, a encontrar nuestra fuerza interior, a descubrir nuestros propios resortes internos, nuestra pasión por la vida, el disfrute de un sabor, de un color, de la plática compartida, de las experiencias vividas en el grupo. No nos enseña tampoco a sobreponernos ante los golpes de la existencia, a enfrentar una pérdida; no nos enseña a definir metas, a conocernos, a conocer al otro, a dialogar para resolver conflictos, a entender cómo funciona el mundo y por qué debemos incrementar nuestro acervo cultural; a definirnos como parte de un grupo pero también como individuos. No nos enseña a mantenernos de pie ante las injusticias, no nos enseña a diferenciar lo justo de lo injusto, ni siquiera nos deja claros nuestros derechos como ciudadanos, por eso terminamos pensando que la escuela es una dádiva que nos proporcionan los políticos y por la que debemos rogar y quedarnos callados no vaya a ser que nos la quiten.

Podemos hacer una larga lista de todo lo que no nos enseña la escuela y que debería en lugar de perder el tiempo repasando hechos que nos aportan nada (porque están desposeídos de contexto y de análisis), tratando de entender fórmulas que nunca utilizaremos en la vida y de memorizar procesos que, a menos que nos convirtamos en profesionales de esas áreas, no nos dejarán más que dolores de cabeza.


Tal vez deberíamos empezar por una simple y clara pregunta ¿a ti qué te hubiera gustado que te enseñara la escuela? Espero tus comentarios. Un mundo de abrazos.

Entradas populares