De la violencia a la indiferencia: la escuela que hemos 

construido



En tiempos no muy remotos se pensaba que lo peor que podía sucederles a nuestros congéneres o a nosotros mismos era recibir una agresión, ser excluidos, señalados; incluso actualmente se sigue pensando y temiendo en términos de recibir un acto de represión o castigo, en ser segregados o en padecer situaciones que atenten contra nuestra integridad física y emocional, sin embargo una nueva tendencia está cobrando fuerza y ha resultado, en muchos casos, mucho peor que la agresión directa o la exclusión: la indiferencia.
Una de las marcas de nuestra época moderna, en la que la imaginación del ser humano no parece tener límites, es la invisibilización. En un mundo en el que el predominio, la fama y la visibilización cobran un valor específico (y excesivo diría yo) la falta de atención puede resultar la peor afrenta. Nuestros niños y jóvenes compiten ahora por ser los más  vistos, los que tienen más “likes”, “reproducciones” o “visualizaciones”. El que logra tener miles de seguidores o es “retwiteado” alcanza un estatus mayor que el que no recibe atención alguna, preeminentemente de sus pares, porque la familia puede resultar incluso incómoda en este juego que ha cobrado dimensiones realmente alarmantes.

Los “youtubers”, los “bloggers” y “vloggers” acumulan millones de visitas diarias lo que se traduce en dinero en efectivo que es aportado por marcas y patrocinadores. Desde tutoriales de belleza, recetas de cocina, “tips” para pasar materias sin aprender, hasta manuales completos de cómo estafar o robar en línea pueden encontrarse entre estos nuevos “creadores de contenidos” en su mayoría jóvenes y algunos casi niños que dedican su vida entera, literalmente, a innovar un campo altamente competido que no nos deja de sorprender. Esa capacidad que algunos demuestran tanto para hacer negocio, crear “branding” como para contar historias nos vendría muy bien a muchos maestros que tenemos un mejor propósito en la vida (o por lo menos así debería ser) que hacernos famosos o ganar fortunas. Sin embargo seguimos en esta lucha de querer sostener una institución que ya no puede caminar sobre sus propios pies.

La escuela ha quedado muy rezagada en varios aspectos y este es sólo uno de ellos: los docentes, los que hacemos la educación día a día, no hemos logrado entender cómo los valores se han intercambiado de esta manera y pocas veces, más allá de lamentarnos, hacemos un esfuerzo real por entender los puntos de vista de nuestros estudiantes.

Es cierto que esta tendencia a la invisibilización o a ignorar al otro, otra u otre es algo que debemos combatir, pensar en una mejor sociedad edificando la individualización no podría ser una ruta muy congruente, sin embargo podríamos empezar por entender los mecanismos que se han introducido para producir esta nueva escala de valores. Nuestros niños y jóvenes en muchos casos ya no están interesados en la confrontación directa, muchos de ellos pueden atacar seriamente la autoestima de sus compañeros e incluso provocar daños irreparables sin siquiera tocarlos, insultarlos o agredirlos, sino, simplemente, ignorándolos. Nosotros, los adultos que muchas veces nos alarmamos ante estos hechos y el poder destructivo que alcanza un chico o chica que todos los días sube una nota en un blog o que graba un video desde su casa, somos los mismos que ignoramos de manera intencionada los problemas más graves que atañen a nuestra sociedad, que cuando nos es solicitada nuestra solidaridad la negamos sin más o que cuando una noticia mundial como los “Panamá papers” (por nombrar un ejemplo) simplemente volteamos para el otro lado y argüimos que no entendemos de qué se trata.
La indiferencia no se ha construido desde las nuevas generaciones, sino que se viene gestando desde las anteriores, es cierto que los medios de comunicación masiva, esos en los que todos aparentemente podemos participar y que nos deberían interrelacionar han proporcionado las herramientas necesarias para construir una aparente participación sin movernos físicamente de frente a nuestra computadora, pero nosotros hemos decidido asumir ese papel.

Una sociedad completa, la moderna, la misma que tiene acceso a dispositivos electrónicos, se ha convertido en un gran monstruo pasivo que se concreta a “denunciar”, “compartir” y dar “like” sin transformar nada de esos millones de contenidos que circulan por la red en acciones concretas.


Nosotros, como padres de familia o como maestros hemos puesto las reglas del juego, en su momento proporcionamos las herramientas a nuestros hijos para que se quedaran pasivos en sus sillones y no nos molestaran con peticiones exasperantes como “quiero ir al parque” o “vamos a jugar”; o bien decidimos que era mejor mantenerlos quietos y atrapados en una butaca escolar en lugar de hacerlos moverse, motivar su curiosidad y propiciar la investigación fuera de las pantallas de una computadora o una Tablet; ahora debemos pagar las consecuencias y quizá, nosotros mismos, cuando nos demos cuenta de que nos han aislado también, nos ignoran y nos invisibilizan, tengamos la solución para lo que iniciamos y decidamos, por fin, movernos hacia la construcción de una nueva sociedad menos excluyente y más constructiva, pero el primer paso es reconocer esta realidad y después diseñar rutas factibles (eliminar todos los dispositivos electrónicos del mundo no es posible en este punto, desde luego) para comenzar a actuar, pero el tiempo se nos agota, el futuro ya nos alcanzó y tu ¿qué vas a hacer?

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