Todos somos expertos




El día de hoy me topé con una nota que denosta frontalmente la labor de los colegios de Madrid y me llamó la atención la autoridad y contundencia con la que la autora afirma que los colegios de esa ciudad europea se venden como bilingües pero no logran convertir a sus estudiantes verdaderamente en niños (hablamos específicamente de la primaria) que dominen el español y el inglés. Afirma que las materias se imparten en inglés y que esto desmotiva a los estudiantes y los hace bajar de calificaciones y que, realizando una “consulta” a varios padres de familia (no se especifica cuántos ni lo que se les preguntó) todos se encuentran en la misma situación, con hijos desmotivados que ya no quieren asistir a este tipo de colegios, pero, además plantea, que en Madrid no existen colegios privados que no oferten otro tipo de educación, por lo que quienes desean inscribir a sus hijos en un colegio privado forzosamente deberán hacerlo en una escuela bilingüe o en un colegio público; esto de entrada me pareció un poco extraño, así que decidí explorar un poco la fuente.
Investigando un poco sobre la autora me pude percatar que se trata de una muchacha, en sus veinte por las fotografías del blog, que afirma estudiar pedagogía y ser investigadora pero, bueno, obviamente tenía que mencionar por obligación con el lector y como parte de sus credenciales académicas, que le gusta el Nesquik. Afirmo categóricamente que todos tenemos derecho a la opinión personal y a hacerla pública, el internet nos ha facilitado acceder a millones de opiniones diarias, pero lo que me alarma es esta tendencia a asegurar y afirmar con ligereza y, por otro lado, el poco rigor del lector que, por imitación, comienza a hacer virales notas, entrevistas, editoriales y un sinfín de materiales textuales, auditivos y videograbados, sin consultar e investigar mínimamente las fuentes.
¿Cómo podemos confiar en lo que leemos? Desde luego que unas fuentes van adquiriendo prestigio y otras no, pero he visto, con alarma, que la tendencia es a copiar y compartir información de manera irreflexiva en base a filias y fobias. Si yo soy un padre de familia que no entiende muy bien lo que sucede en el interior de la escuela, que cuando me acerco al centro educativo me hablan en un extraño idioma “pedagogo” que me deja en la misma ignorancia pero sintiéndome ridículo y exhibido, y veo, además, que mi hijo o hija va en un franco declive académico, comienzo a preocuparme ¿A quién culpo? ¿Al sistema, al director, al docente, al inglés? Desde luego me cae muy bien toparme con este tipo de opiniones que se erigen como documentadas y fidedignas, de entrada me puedo sentir reconfortado al encontrar un culpable bien señalado.

Como educadores tenemos la obligación de comunicarnos con todos los actores del sistema educativo y ser claros, no sólo impartir clases magistrales continuas, sino reflexionar en conjunto, buscar mecanismos y abrir canales de comunicación que tiendan puentes y no que dejen aislados a los padres de familia (y a los estudiantes desde luego) víctimas de estas personas que toman una bandera y disfrazan sus opiniones personales de afirmaciones expertas, que al final nos pasarán la factura, porque “lo leí de un o una experta” será una verdad irrefutable. ¿Quién es el verdadero experto? Desde luego el maestro frente a grupo, el que vive día a día la realidad de la escuela; los demás somos opinadores de una realidad que conocemos de primera mano pero que muchas veces hemos tomado distancia y ante tal realidad, tenemos la obligación de cuidar nuestras afirmaciones y ser muy reflexivos al expresar una opinión porque no sabemos quién tomará nuestras palabras como si se tratara de palabra divina... para pensar y repensarnos como “expertos” y que conste que no es pedrada.

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