Lo incorrecto de lo correcto





He encontrado en diversos medios y sobre todo en las redes sociales, una cantidad impresionante de tutoriales, consejos, “tips” y hasta estrategias completas para enseñar a los niños pequeños a tomar el lápiz de manera “correcta”. En cierta ocasión, en una reunión con la familia de uno de los pequeños de nuestro laboratorio pedagógico llamó mi atención que la maestra argumentaba que le preocupaba que el niño “no sabía tomar correctamente el lápiz”. Si uno introduce la frase “utilizar correctamente el lápiz en google” aparecen más de 52,900 resultados e incluso en algunas de las “entradas” que pueden encontrarse hay quien afirma, docta y categóricamente, que aprender a tomar correctamente el lápiz (es decir con el pulgar y el índice y a unos 125°) es algo tan importante que determinará la correcta escritura de los niños. Llevo más de 20 años en la docencia, he tenido oportunidad de trabajar con niveles iniciales  hasta profesionales y postgraduados y en toda esta trayectoria he podido observar que muchos de los docentes, incluso, toman el lápiz de maneras diferentes, no todos se sienten cómodos con ese “agarre” estandarizado y no por ello escriben mejor o peor que sus compañeros.
Hay también quienes tienen un “correcto” agarre del lápiz y resulta imposible entender los jeroglíficos que dibujan ¿entonces? ¿En qué punto a alguien se le ocurrió que sólo existía una única forma correcta de tomar el lápiz? Este, desde luego es un simple ejemplo pero llama poderosamente mi atención el hecho de que miles de docentes de educación inicial o preescolar utilicen horas enteras para “amaestrar” a los estudiantes en este que pareciera el “arte oculto” de la escritura, mientras cada vez menos personas (y esta es una tendencia real) utilizan un lápiz para escribir en la vida adulta cotidiana, en el trabajo o en la escuela superior y peor, cuando no existe evidencia alguna de que ese mentado “agarre” determine la destreza motriz en ningún ámbito del desarrollo infantil.

Esta tendencia a estandarizar el conocimiento, de calificar a la ligera de “correcto o incorrecto” cierto procedimiento o técnica, de forzar a nuestros niños a utilizar una única forma pareciera algo inocuo pero en realidad es la forma en que abrimos la puerta de la domesticación, así empezamos a contener de manera sistemática su capacidad de crear, de inventar, de imaginar y de romper paradigmas. Ahora, en esta nueva realidad que nos ha asaltado sin previo aviso, donde las reglas del juego han cambiado y la subsistencia depende de nuestra capacidad de “innovación” quienes pueden desarrollar un pensamiento lateral, los más creativos y quienes están dispuestos a ser disruptivos son quienes tienen acceso a los mejores puestos de trabajo, pero seguimos formando niños y jóvenes dentro de la lógica de la estandarización, ¿Quien, en este punto, podría defender el discurso de que estamos preparando a nuestras generaciones jóvenes para el futuro? Los estamos convirtiendo en reproductores de estándares, de normas, de camisas de fuerza que lo único que consiguen es proveerlos de puestos de trabajo de segunda, mano de obra barata que tiene que esperar indicaciones de los altos mandos para poder funcionar. Quizá esto sea en realidad lo menos grave, pues en esta estandarización les estamos negando la posibilidad de construir nuevo conocimiento, no sólo para el uso común o para esta visión utilitaria y mercantilista que rige este mundo dominado por el capitalismo voraz y los mercados, sino que los desprovee de la mínima capacidad de enfrentar su relacionalidad, sus problemas cotidianos, de sobrepasar obstáculos mínimos y de construir una vida satisfactoria y plena.


Pensar que la escuela sólo sirve para capacitar mano de obra es concederle muy pocas facultades, ciertamente, pero creer que la escuela puede todo sola también es extralimitarse. La escuela debería tener la capacidad de reinventarse, replantearse, empezar a determinar sus límites y no tiene que hacer las grandes “reformas estructurales”, tal vez sólo deberemos, como educadores, empezar por descubrir estas pequeñas reproducciones inconscientes, cotidianas, que nos roban la vida y arrancan el futuro de nuestros estudiantes. 
Y tú ¿te has puesto a pensar en todos los sinsentidos que sigues reproduciendo en tu aula? 
Te invito a compartir tu experiencia a este respecto, espero tus comentarios aquí o en mis redes sociales. Un mundo de abrazos.

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