La evaluación docente o la tortura del magisterio
El Instituto Nacional para la Evaluación Educativa acaba de dar a conocer que las evaluaciones del desempeño docente se suspenderán hasta nuevo aviso, un poco al estilo de SEP con su famoso comunicado 129 del 29 de mayo de 2015, donde se deja entrever que podrían desaparecer estos procesos pero no se dan por muertos. Sin embargo, después de la publicación de la derogación del tercer párrafo del artículo 6º. de los lineamientos generales para la evaluación del desempeño (LINEE) expedidos por el propio INEE en 2015, se da a conocer el nuevo calendario de evaluaciones donde se incluyen los procesos de promoción, la evaluación diagnóstica (para docentes que hayan cumplido su primer año de servicio) y la evaluación del desempeño para los que haya culminado su segundo año; también se da a conocer que los docentes con entre 6 y 20 años de servicio presentarán cada ciclo su evaluación, esto es para 2016 del 5 al 27 de noviembre, lo que, para variar, ha desatado más dudas e incertidumbres que confianza en este proceso.
Seamos claros: la aplicación de la primera
evaluación del desempeño docente ha estado viciada, carente de elementos de
rigor mínimo, con los conflictos y tensiones que se han expuesto en diversos
medios, que van desde el acoso telefónico para los profesores hasta la coerción
franca y abierta por parte de grupos policiacos y hasta militares que han
cercado las sedes, lanzado gases lacrimógenos, disparando balas de goma y persiguiendo
a los educadores como si se tratara de los peores delincuentes, etc. Esto,
aunado a las contradicciones en el propio proceso, la estructuración opaca de
los instrumentos, las carencias en la comunicación y los errores de plataforma,
los equipos que fallaron, el suministro eléctrico que fue carente durante
varias horas en muchas sedes, y un largo etcétera, debería dejar sin efecto
esta primera evaluación.
Sin embargo no debemos perder de vista, que
contra toda lógica básica, esto no se trata de evaluar realmente, no queremos
(o no quieren las autoridades) saber quién o quiénes son los realmente
responsables del “fracaso educativo” sino se trata de movimientos políticos que
responden a una estrategia con doble intención: subastar la educación pública
haciendo evidente que la administración gubernamental no está en posibilidades
de “controlar” a los sindicatos y por tanto a sus empleados (los maestros desde
luego, siempre son los maestros) y por otro lado, obtener votos de quienes
todos los días culpan a los docentes de que sus hijos no logren el éxito
académico (esa amplia sociedad frustrada que no ve esperanza ya, ni siquiera en
la formación académica). Esto dará la posibilidad no sólo de hacerse de una
cantidad inimaginable de recursos públicos, sino que re-posicionará (o por lo
menos lo intentará) la imagen pública de esta administración federal que le
entra agua hasta estando en tierra.
Y aunque estas son las intenciones del
gobierno lo cierto es que no contaba con la franca resistencia que ha ejercido
el INEE, un organismo estructurado de manera tal que académicos de cepa y
abolengo son los que los dirigen, donde se le dotó de autonomía y que se
encuentra al mismo nivel de SEP; la secretaría no había tenido un contrincante
de esta talla desde el SNTE de Elba Esther en sus mejores días, lo cual lo ha
dejado en la confusión. El secretario, por un lado, sigue declarando a cuanto
medio se cruza en su camino, que en la segunda quincena de febrero se darán a
conocer los resultados de la aplicación de la primera evaluación del desempeño
y el INEE ha hecho declaraciones en sentido contrario: que lo más prudente
sería reservar los resultados para uso interno. No podemos negar que el
compromiso de Nuño responde a intereses de marketing político, pues un amplio
sector de la sociedad pide la cabeza de los docentes y qué mejor forma que
haciendo públicos los resultados de manera individualizada, pero por otro lado
la lógica más elemental exige que se descarte el primer proceso de evaluación y
con ello se aceptaría que los recursos que se invirtieron en él, excesivos por
cierto, han sido inútiles, tirados, literalmente, a la basura.
Entre los dimes y diretes de ambas
autoridades educativas, lo cierto es que los docentes de a pie, esos que dejan
la piel en el aula, siguen viviendo con una gran tensión, un estrés que no les
deja funcionar adecuadamente en el salón de clases y que los distrae por varios
meses de su objetivo principal que es coadyuvar en la formación académica de
sus estudiantes, para enfocarse en procesos evaluativos que ni los propios
expertos tienen claro cómo aplicar y la pregunta regresa ¿Qué beneficios reales
aporta la evaluación docente a la mejora de la calidad en nuestro país? Todavía
es un misterio, pero lo que ya muchos comienzan a aceptar es que no puede
continuar en el centro de la escolarización y no podemos seguir apostando todo
a un solo aspecto que resulta una pequeña pieza en el gran tablero educativo de
una nación.